Viví envuelto en el terror, fue una verdadera neurosis. Si busco la razón de todo esto, encuentro lo siguiente: niño mimado, don providencial, mi profunda inutilidad se me manifestaba aún más porque el ritual familiar me adornaba constantemente con una necesidad forjada. Me sentía de más, luego tenía que desaparecer. Yo era un florecimiento insípido en perpetua abolición. Con otras palabras, estaba condenado y podía aplicarse la sentencia en cualquier momento. Sin embargo, la rechazaba con todas mis fuerzas, no porque quisiese mi existencia, sino, por el contrario, porque no me interesaba; cuanto más absurda es la vida, más soportable es la muerte.
Hay autores que causan respeto, y levantas muros en el fondo de tu alma literaria. Decretas que son soporíferos, y ya está. O eso te gustaría, porque sospechas que eres tú quien no está a la altura de sus pensamientos, que no podrás entender de qué demonios hablan. Son divinos, y solo los llamados intelectuales pueden interpretar lo que han escrito estas mentes privilegiadas; y lo que han querido decir entre líneas, por supuesto. Los intelectuales. Ellos. Tú no, ovejita. Tú, no. ¡Me niego! Hay que ser atrevido; o mosca cojonera.
El otro día estaba yo comiendo un bocadillo de tortilla de patatas en un monte cercano… como ves, soy todo un gourmet. Bueno, andaba yo observando el vuelo de una mariposa topacio mientras masticaba con dedicación, y pensé… ¡Dios! ¡Acabo de terminar La verdad sobre el caso Harry Quebert! ¿Para esto aprendí a leer? ¿Para esto tanto esfuerzo? Ejem, ¿esto es volar? ¡Pronto rodarán la película! ¡Tengo migas por todas partes! ¿Por qué está tan buena la tortilla de patatas en el monte o en la playa? ¿La cambiaría por un bogavante? ¿Es pecado comerla sin cebolla?
Envuelto en reflexiones de tanto calado, me levanté y un pie siguió al otro. Al llegar a casa me dirigí a la estantería de los libros que no tienen fecha de caducidad. Que sí, que los leeré algún día, pero ahora mismo me dan pereza. ¿No te pasa a ti? Saqué un tomo al azar: Las palabras. ¡Ahí voy, pequeño francés! ¡Te voy a hincar el diente! Así fue como me metí en este lío. Luego me desnudé y puse la lavadora. Me quedé mirando. Absorto. La ropa Quetzua daba vueltas y más vueltas.
Hace unos meses tuve la suerte de que Juan Diego pisara suelo eibarrés para representar su obra de teatro, La lengua madre. Un monólogo que se sumerge en el lenguaje, en las palabras. Me estoy haciendo un experto en el tema, aunque siga sudando tinta china para que las frases que salen a borbotones de mi mente, tengan sentido para los lectores, cuando me pongo a teclear. No es fácil ordenarlas, las palabras son caprichosas.
Jean Paul Sartre fue un filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo y crítico literario francés, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. ¿Te parece poco? ¿En qué perdemos el tiempo tú y yo? ¿Fútbol? En 1964 precisamente, mientras Marcelino marcaba un gol que nos daba una Eurocopa, le concedieron el Premio Nobel de Literatura al autor de La náusea. Lo rechazó. Lo vomitó. Dejó claro en una carta que los lazos entre el hombre y la cultura debían desarrollarse directamente, sin pasar por las instituciones. ¡Eso son principios! Luego quiso cobrar la pasta. Y se lo impidieron… se llevó un buen portazo en toda la cara. Fue pareja de la también filósofa Simone de Beauvoir. Un osado…
Se escribe para sus vecinos o para Dios. Yo tomé el partido de escribir para Dios con la intención de salvar a mis vecinos. No quería lectores, sino agradecidos. El desprecio corrompía a mi generosidad.
Una mente compleja. Y por tanto, contradictoria. Las palabras es un ensayo, un emotivo testimonio de su infancia. Gracias a este libro entenderás un poco mejor frases como, “el infierno son los otros”, “estamos condenados a la libertad”, o “al nacer somos arrojados al mundo ante miles de miradas hostiles”.
Seré sincero… al principio se me hizo pesado, demasiado árbol genealógico, demasiados datos. ¡Qué respeto causa ese abuelo! ¡Qué miedo! Charles Schweizer. Pero poco a poco entras en la familia, entiendes a su madre, te haces cómplice del chavalín y de sus fantasmas. Nos une la lectura. Sartre describe a su parentela y las circunstancias históricas y sociales que le rodearon. Me encanta cómo cuenta el descubrimiento de ese nuevo “arte” democrático, el cine, aunque sin duda, lo más interesante y curioso, es observar el proceso por el que un niño se convierte en escritor.
A estas alturas del artículo te habrás dado cuenta de que no voy a perderme en disquisiciones y debates para defender o acusar la filosofía sartreana, hoy toca hablar de Las palabras. Solo. Y no es poco. Ese niño primero se refugia en los libros, aprende a leer, y más tarde, se obsesiona con escribir. A todas horas. Sin mirar atrás. Un escritor compulsivo. Aquellos textos se perdieron pero yo he encontrado en esta autobiografía líneas donde recrearme. Bellísimas. Líneas agudas y sarcásticas donde aprender. Párrafos precisos y pulidos. Si algunos intelectuales dicen que estamos ante una obra maestra, no seré yo quien los desmienta. Por una vez, pienso lo mismo.
¡Al diablo las élites! Obviamente, se ha demostrado que mi capacidad intelectual podría competir de tú a tú en un palacio de cristal… con una cucaracha, y que el señor que escribió El ser y la nada no debe ser de mi especie. Es decir, yo no soy el ser. Así que ignora todo lo que he escrito antes y quédate con esto. Me he divertido. Me ha gustado. Sin más. Porque más allá de todo lo que nos diferencia… yo también leía de pequeño. A autores franceses. Y yo también me creía guapo. ¡Que pase el próximo!
¿Cómo nace una vocación? ¿Se puede inocular esa semilla? ¿Cómo se alimenta esa pasión? ¿Has leído Las palabras? ¿Qué te pareció?
¿Y tú que piensas? Pásate por “Las palabras” de Jean Paul Sartre: un niño condenado… a ser libre para dejar tu huella.
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Publicado recientemente en Atlas cultural