El éxito conseguido por Daniel Glattauer con Contra el viento del norte ha hecho inevitable una segunda parte. Emmi ya no tiene frío, el viento le ha dejado en paz después de una tormenta de emociones producidas por la correspondencia con Leo. Ahora ambos esperan su momento, están en la orilla del mar, atentos, esperando su séptima ola. Debo confesar que la primera parte me dejó respirando rápido, con los ojos bien abiertos y la boca nerviosa esperando gritar el final que no podía adivinarse. ¿Son estos dos adictos al correo electrónico el uno para el otro o sólo es un amor de pantalla?
Desconozco si el plano original del austriaco era dividir esta historia en dos partes, pero hay que reconocer que es casi inevitable correr a la librería –virtual o física– para hacerse con la segunda parte y conocer qué es lo que pasa con esa abrupta interrupción de los mensajes. ¡Vaya culebrón ha armado Glattauer! Pues sí, hemos dejado a Leo justo cuando toma sus maletas hacia América, mientras Emmi no sabe qué hacer con las letras que le han quedado en el tintero del corazón. Terrible frase, tendré que reformularla: Leo se ha ido y Emmi desespera resignada. La duda es otra de esas espinas envenenadas cuando hablamos de relaciones amorosas. ¿Será realmente este el final? ¿Puede terminar así? El final nunca se sabe ni se anticipa, se vive.
Necesito al hombre que en algunas situaciones tiene tanta urgencia por besarme que no puede hacer otra cosa que escribirme.
Sublimar, así le llaman a este fenómeno en el psicoanálisis. Pasamos la vida sublimando, desviando las pulsiones para generar cultura. Sí, esta es la “secreta” dinámica con la que el buen Freud se explicaba el ámbito cultural. Pero recordemos que Emmi y Leo ya se han visto, se conocen, se han tocado y gozado uno con el otro. Bueno, más o menos. Pero el estímulo no se pierde, el dardo de las palabras sigue haciendo efecto y los puentes se siguen tendiendo de una orilla a otra. Sin embargo, esta segunda parte pierde un poco ese juego ante la espera por el encuentro. El lector, involuntario voyerista ante una correspondencia ajena, desespera ahora por saber más que uno de los personajes: Emmi. Por lo que no queda sino esperar a que la verdad se descubra y con ello se precipite el desenlace: la enamorada deberá decidir qué hacer con esos dos hombres que dicen quererla.
Evidentemente no arruinaré el final para todos. Pero sí he de decir que me agradaba más el final de la otra novela: uno que desespera, que deja la necesidad de saber más, de imaginar, de ponerse en situación y buscar alternativas ante la página en blanco. Cada siete olas es un libro que pierde un poco la sorpresa de la primera parte, pero que te mantiene sonriendo y sorprendiéndote ante una historia que bien podría pasar no sólo al teatro, sino a la televisión. El lenguaje sigue siendo accesible y los personajes dan cuenta de ese proceso de descubrimiento de lo que realmente quieren. ¿Qué hacer? Mejor: ¿qué es lo que quiero hacer? Esta pequeña gran pregunta es más compleja que el enigma de la Esfinge, aunque tienen en común que en ello nos va la vida. Esa es la magia de la literatura: nos permite ver desde fuera lo que diariamente discutimos en multitud dentro de nosotros. ¿Cómo terminará la historia? Eso, querido lector, querida lectora, tendrás que descubrirlo con la lectura. Como dice el mismo libro:
Porque por lo menos el más profundo y hermoso de nuestros secretos tenía que seguir siendo tuyo y mío.
¿Y tú que piensas? Pásate por Todos esperamos ese momento especial que llega “Cada siete olas” para dejar tu huella.
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Publicado recientemente en Atlas cultural